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lunes, 4 de marzo de 2013

Nazareth, 19 de Nisán, año 3790



Hoy, con la vuelta de los primeros peregrinos luego de la fiesta, ha llegado hasta la aldea la triste noticia. Jesús, el hijo de María y José ha muerto en Jerusalén, crucificado por los romanos. Salió hace más de tres años de aquí para comenzar a predicar la llegada del Reino de Dios y ahora está muerto. Vi en los que me dieron la noticia una profunda decepción. La gente miraba a Jesús como a un profeta, incluso algunos creían que él era el Mesías esperado. Para mí era mi amigo de infancia. Teníamos la misma edad, jugábamos juntos de niños, y vivimos los momentos importantes juntos. Como no recordar nuestro Bar Nitzvá y la primera peregrinación a Jerusalén y la visita al Templo.

Crecimos juntos hasta que se fue al Jordán, a ver a Juan, el que bautizaba en la orilla del río. Desde entonces volvió muy cambiado, hablaba del Reino todo el tiempo y de los antiguos profetas. Creo que entonces tomó ya la decisión de irse. Yo le advertí que era peligroso, que su madre estaba sola, en fin, mil explicaciones que cayeron en saco roto. No era fácil convencer a Jesús, de hecho cuando decidía algo nadie conseguía que cambiara de opinión. Se fue, predicó, se ganó enemigos y lo mataron. Muchos rumores llegaban hasta acá, historias de milagros, de multitudes siguiéndolo y de muchas otras cosas. Luego se fue quedando solo, hasta que lo mataron.

Disculpen por no haberme presentado. Soy Yosef, nazareno también como Jesús y soy alfarero. Creo que si alguien llegara a leer esto debería saber por lo menos quien lo escribió. Me decidí a escribir sobre Jesús porque era un hombre extraordinario y sería triste que su memoria se perdiera, por lo menos debe quedar aquí, en estas tablillas de arcilla, para que mi memoria no lo olvide y pueda yo contarle a los niños de Natzereth quien fue Jesús, mi amigo y cual fue su historia. La memoria es frágil, incluso para quien vive las historias que cuenta y es por ello que he decidido escribirla.

Lo de las tablillas se me ocurrió aprovechando el material que queda de los cacharros, además del horno y lo demás. Junto con ello, no despertaría sospechas que yo cociera arcilla, pues trabajo en esto, en cambio si comprara pergamino o me vieran raspando cuero sería raro. Estas prevenciones pueden parecer exageradas, pero con los soldados y las autoridades tras la pista de sus discípulos, puede costarme el pellejo el que encuentren un texto mío sobre él. Sí, la memoria de mi amigo se ha vuelto en algo clandestino, peligroso, y por lo mismo debe recordarse, aunque a los romanos o al Sanedrín no le parezcan.

Pero empezemos por el principio....

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