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domingo, 31 de marzo de 2013

Nazareth, 19 de Nisán, año 3790 (continuación)






Jesús era carpintero, igual que José, su padre, que fue quien le enseñó el oficio, tal como pasó conmigo. Bueno, en un pueblo como este uno no tiene muchas opciones, así que generalmente uno sigue el oficio del padre. A mí  esto de la arcilla nunca me gustó demasiado, pero hay que comer y era lo que estaba más a mano. En fin, debo agradecer el oficio, ya que ahora puedo escribir con calma, dentro de lo calmo que se puede estar en el taller.

Hoy apareció el rabino y me pidió unos vasos. Estaba escribiendo una tablilla y no pude esconderla. Me preguntó qué era y yo le dije que unos ensayos de dibujos para unos cántaros que unos griegos me habían pedido. Creo que me creyó, por lo menos no entendió lo que estaba escrito (o quizás fingió no entenderlo), ya que no son letras hebreas, sino griegas. Aprendí el griego con algunos compradores que pedían sus nombres en los cántaros o los platos, y así me fui acostumbrando a las letras. Es el griego común que hablan los comerciantes y los soldados, que no se van a rebajar a nuestro arameo. Así escribiendo en arameo con letras griegas puedo estar más tranquilo.

Volviendo a Jesús, debo decir que era un buen carpintero, por lo menos la puerta que hizo para el taller no se ha caído todavía, le pagué con un cacharro para el fogón y con un vaso para la copa del Sabath, más grande que las normales, creo que le gustó e incluso María me dijo que se la había llevado con él a Cafranaúm, porque ella no la tenía. Jesús trabajó aquí durante casi toda su vida, contando pocas salidas, hasta lo de Juan. Desde entonces eran pocas las venidas. Su taller se ve desde aquí, ahora desocupado. Siempre estaba lleno de niños y él les contaba historias o les hacía barcos con los pedazos de madera sobrantes. Además de hacer puertas y ventanas, reparó muros, hizo arados, cuidó rebaños, recogió grano para la cosecha y ayudó a sembrar, un poco como todos acá en el pueblo. El dinero es escaso y los impuestos, tanto los religiosos como los romanos, son altos, así que hay que hacer de todo.


De su vida acá no hay mucho que contar, era como todos. Bastante chistoso y bueno para las historias. En la escuela de la Sinagoga no hablaba mucho, pero cuando conversábamos por las noches discutía y opinaba, comentando los profetas o la Ley y comparándolo con la situación que vivimos hoy. Era muy interesante escucharlo hablar. Yo siempre le preguntaba por qué no hablaba de todo eso en la escuela, pero él me decía que aún no era hora de hablar, sino de aprender. Siempre decía lo mismo: “Hay un momento para todo bajo el sol, y es importante saber reconocer la hora que a uno le corresponde”. A veces mi pregunto si se refería a la hora de irse o a qué. El caso es que fue uno más  y pensábamos que seguiría así hasta el fin de sus días, pero todo cambió cuando conoció a Juan...

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