Hoy llegaron algunos
otros desde la capital. Es raro que no se hayan venido todos los galileos
juntos, o por lo menos todos los nazarenos. No es seguro viajar de a pocos,
sobre todo pasando por tierra de los samaritanos, con los que no nos llevamos
muy bien. María aún no ha vuelto, ni Jacobo, ni Susana. ¿Estarán presos?
¿Escondidos? Espero que estén bien. Las cosas no deben estar fáciles por allá,
sobre todo si es cierto eso de que el Sanedrín está buscando a los discípulos
para entregarlos a los romanos, bajo cargo de sedición, tal como a Jesús. Y
para la sedición no hay otro castigo que la cruz.
Juan era hijo de Zacarías, del pueblo
de Ain Karem y se había ido siendo joven junto al monasterio de Qumram, a
estudiar las Escrituras y meditar. Yo pienso que siendo su padre sacerdote
podría haber conseguido estudiar en la capital, pero quizás no pudieron
conseguirlo, o lo más probable, Juan no haya querido, y haya preferido el
desierto y la austeridad de Qumram. Sabido es que estos desprecian el templo y
el sacerdocio por considerarlo impuro y alidado con los romanos.
Sí, el
hijo de Zacarías no era para el templo, y tampoco para los monjes, porque luego
de un tiempo se fue de allí y se instaló solo, en pleno desierto, vistiendo con
pieles y comiendo lo que fuera. Algo de monje le quedó, porque después empezó a
bañar a la gente como rito de purificación y a predicar que el Mesías estaba
cerca y que había que enderezar los caminos torcidos y cambiar de vida. Juan
causó sensación, muchos se acercaron a bautizarse y preparar la llegada del
Mesías, y claro, con el yugo de los romanos encima y el desprecio de los de
Judea, uno hace cualquier cosa porque el Mesías llegue pronto a ordenarlo todo.
Digo uno,
porque yo también fui a bautizarme al Jordán. Bueno, era más joven e idealista,
creía que él sería el hombre que despertaría al pueblo y encabezaría la
revolución. Hoy creo que me he vuelto más desconfiado. Juan terminó con la
cabeza cortada y Jesús colgando de una cruz.
Otro intento fallido de llegada del Reino y del Mesías.
Jesús fue
al tiempo después. No me había atrevido a contarle, porque me daba vergüenza
que se riera de mí. Hoy por hoy surge cada cierto tiempo un tipo hablando al
pueblo y muchos se entusiasman, pero luego termina el líder en la cárcel, en la
cruz o en otra parte, y todo queda en nada. Cuando volvimos y le contamos a
Jesús fue también él. Es que escuchar a Juan llegaba a las entrañas. Su aplomo
y la forma de decir verdades no dejaba indiferente a nadie.
Cuando
volvió Jesús le pregunté sobre cómo le había ido. No me dijo mucho, salvo que
ese Juan era impresionante. Después me enteré que había estado conversando con
él a solas y que luego de eso se había ido al desierto a meditar. Desde
entonces estaba más callado y meditaba solo, en los lugares apartados de
nazareth. Una vez, conversando en el taller, le pregunté qué había pasado con
Juan.
Me dijo:
¿Yosef, cómo reconoces un profeta?.
La
pregunta me dejó helado.
No sé,-le
dije- por como habla, por lo que dice, por si hace milagros, no sé. Supongo que
se siente a Dios cuando un profeta habla.
Eso sentí
yo con Juan.... y Juan conmigo... me dijo.
Fue todo
lo que hablamos ese día. ¿Jesús, profeta? Sonaba gracioso. De Nazareth no sale
nada bueno, reza el refrán, y menos un profeta de Dios. Reconozco que la idea
me causaba gracia y pensé que ese Juan quería a Jesús como discípulo, pero
estaba muy equivocado, y el tiempo se encargaría de mostrarmelo...
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