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lunes, 17 de junio de 2013

Nazareth, 26 de Nizán.




          La cuenta del omer prosigue y las novedades también. Hoy llegaron los amigos de Jesús, a los que él llamaba “los Doce”, claro que sólo llegaron once, porque Judas, el de kariot, no venía con ellos, ya me enterarè porqué. A propósito de los Doce, recuerdo que en una de sus visitas pasajeras a Nazareth, me contó de qué se trataba.



          Llegó de improviso, como siempre, y nos sentamos a conversar junto al horno, para calentarnos y descanzar, yo del trabajo y él del camino. Me relató entusiasmado el éxito de sus correrías, sus predicaciones y de la respuesta de la gente.



“La Galilea está despertando, Yosef –me dijo- ha ido comprendiendo mi mensaje y la oportunidad de acoger el reinado de Dios que se acerca, la noticia alegre de su llegada, del fin del mal y de la injusticia y del comienzo de un mundo nuevo. Muchos nos siguen y escuchan lo que decimos. Dentro de poco todo el pueblo habrá acogido este mensaje y las palabras del Bautista se harán realidad. El hacha ya está en la raíz, Yosef, y pronto mi Padre cortará el árbol malo y de sus raices brotará un pueblo nuevo, renovado, fiel y verdadero”.



Hablaba con el entusiasmo de un iluminado. En sus labios parecía que todo estaba al alcance de la mano, que sólo era necesario acoger su palabra para que ese mundo nuevo del que hablaba comenzara ya. Me recordaba al Bautista, con la sola diferencia que él hablaba de prepararse, de limpiar el camino, en cambio Jesús hablaba como si ese reino misterioso ya estuviera presente, ya hubiera comenzado, aunque yo no viera donde.



Mientras él me decía todo esto, yo repasaba por mi cabeza todos los rumores que habían llegado hasta la aldea, historias de curaciones, de agua convertida en vino, de una extraña comida en el desierto y otras cosas más extrañas aún. Al verlo, no parecía ser el hombre de las historias que yo escuchaba, sino sólo un hombre bueno, mi amigo, aunque bastante ingenuo.



Digo ingenuo, porque parecía no darse cuenta de lo que estaba provocando, y no hablo de ese reino que él decía, sino de la oposición creciente que su acción y la de sus amigos generaba en las autoridades. Se sabía que un grupo de escribas venidos de la capital le seguían la pista, buscando algo para denunciarlo como opuesto a la Torá o como sedicioso, no sé muy bien cuál de los dos motivos o los dos juntos.



Esto provocaba no poca preocupación en su familia y en todos nosotros. Nazareth no tenía muy buena fama y después de la revuelta de Judas el Galileo, el norte del país quedó marcado como cuna de revoltosos, aunque las cosas se habían calmado bastante después de esa revuelta. Le hablé de mis preocupaciones a Jesús, del peligro que corría, de cómo había terminado Juan, de lo que se decía de él, que aunque fuera un poco exagerado era igualmente peligroso.



El me respondió: “amigo mío, no puedes hacer pan si primero no cortas las espigas y las trituras en la piedra. Si queremos que Israel sea libre, libre de verdad, tal como el Señor lo prometió, debemos pagar el costo de los conflictos y persecuciones. Hay que volver a tomar el código de la Alianza, ser fiel a las palabras del Sinaí, para no volver esta tierra otro Egipto, sino una tierra prometida, tierra de justicia y de paz, donde la leche y la miel brote para todos. Además, ya lo tengo solucionado”.



-¡Solucionado! –le dije- ¿Crees que el problema es simple?. Estás parado sobre un nido de serpientes y más encima estás saltando encima para que salgan más rápido.



-Ni las serpientes nos pueden hacer daño- Yosef- Dios ha decidido que es hora de empezar y esto no lo para nadie.



No entendí mucho su lógica, pero era verdaderamente convincente. Me sonrío con cara de complacencia y me dijo:



“Déjame que te explique. Nuestro pueblo fue fundado sobre doce tribus, como doce fueron los patriarcas. Por eso creo que un pueblo nuevo necesita patriarcas nuevos, nuevos pastores que cuiden del rebaño de Dios y no se aprovechen de las ovejas como si fueran suyas. Por eso he organizado un grupo que voy a preparar para que guíe al pueblo y lo forme según el querer de Dios. Son Doce, como las tribus, para recordar el ideal del desierto, cuando éramos un pueblo libre y esperanzado. Yo no puedo solo, y ellos ayudarán, será como si yo me multiplicara por doce, y luego por miles”.



Me quedé boquiabierto. Si sus doce amigos eran los nuevos doce patriarcas, ¿Quién era él?, ¿Dios?, ¿David?, ¿Moisés?, ¿El Mesías?. No me atreví a preguntarle, temiendo que la respuesta me hiciera caer en la cuenta que mi amigo se había vuelto completamente loco, y peor aún, había arrastrado a sus amigos y a muchos más tras su locura.



          Eran estos doce, que ahora eran Once, los que llegaron de mañana a Nazareth, alegres y entusiastas, como si nada hubiese pasado, o más raro aún, como si hubiese pasado algo maravilloso. Juntaron a la gente en la fuente y les decían lo mismo que me dijo Susana: Que Jesús estaba vivo, que Dios lo había levantado de la tumba y que ahora empezaba el reino por venir. La gente los miraba con cara curiosa, pensando que se habían vuelto todos locos, o por lo menos, bastante borrachos. Muy pocos escucharon, muy pocos les creyeron y si yo hubiese estado ahí, tampoco habría creído.



          En verdad no fui, estaba ocupado y tenía suficiente con lo de Susana, que me pasó a buscar para que fuéramos a recibirlos. Yo me negué y me decidí a preguntarle por el secreto que me iba a contar. Me dijo, después de pensar un poco:



-“bueno, ahora que ya han llegado Pedro y los demás, te lo voy a decir: Nosotros lo hemos visto, ha hablado con nosotros”.



-         ¿Quién? – pregunté.

-         ¿Quién va a ser?, hemos visto a Jesús luego que volvió de entre los muertos, lo hemos tocado y comido con él.

-         Preferiría no haber preguntado. Algo grande debió haber pasado en Jerusalén para que todos estuviesen contagiándose de la misma locura. Además, ¿Qué importaba que estuviera Pedro y los otros? Podría perfectamente habérmelo dicho sin ellos.

-         “Yo sé que no me crees – continuó Susana- y te entiendo, si yo no lo hubiese visto y escuchado, tampoco lo creería, pero fue así, todos lo vimos varias veces y nos dijo que volvieramos a Galilea, que aquí nos encontraríamos”.

-         ¡Jesús viene en camino! – exclamé lleno de alegría y sorpresa, pero luego me acordé que no era posible, el ya estaba muerto – No puedo creerlo,  él murió y de la muerte no vuelve nadie. Incluso si fuese así, debería quedarse en casa y dejarse de tonterías, para que no lo vuelvan a matar.

-         ¡Tú no entiendes nada! – me gritó Susana- y se fue corriendo a ver a los Once, dejándome más confundido que antes, pero con una secreta alegría que, por increíble que fuera, empezaba a nacer en mi corazón: ¿Y si fuese cierto?.

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