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domingo, 14 de julio de 2013

Nazareth, 26 de Nizán. en la noche.

Ya es de madrugada y he podido venir a descansar después de un largo día. Aunque descansar es mucho decir, porque las ideas se agolpan en mi cabeza y no me dejan dormir. Por eso estoy escribiendo, para ver si vaciando las ideas en este texto puedo al fin conciliar el sueño.

Lo que sucede es que he tenido una larga conversación con los amigos de Jesús, a los que él llamaba “los Doce”, aunque ahora eran once, porque faltaba Judas. Llegaron al atardecer, todos juntos, después de visitar varias casas y dejar a María en la suya, que quería pasar a ver como estaba todo.

El primero en entrar y saludar fue Pedro, que me abrazó como a un hermano y me dijo: “querido Yosef, ¿Por qué no fuiste con nosotros al pozo?, nuestro mensaje también era para ti”. Yo me excusé con el trabajo y de manera confusa, pero al fin logré salir del complicado momento y acomodar a todos junto al fuego, una jarra de vino y algo de pescado seco y pan.

El silencio junto al fuego fue largo, todos bebíamos callados y con la mirada baja, esperando que alguien empezara a hablar. El fuego seguía bailando en medio nuestro, como exigiendo que la conversación comenzara. Al fin fue Pedro quién rompió el silencio y se dirigió a mí diciendo:

-       Te tenemos un mensaje de Jesús y una invitación, pero antes de eso queremos saber qué piensas de todo lo que ha pasado. Por lo que sé, Susana ya te ha puesto al tanto.

Pedro nunca se ha caracterizado por ser diplomático. De hecho su nombre es Simón, pero Jesús lo llamó Pedro, lo que significa piedra, por lo duro de cabeza y lo directo para hablar. También hay que decir que el nombre incluye una fiedlidad y honestidad sólida como la roca. Por eso fui directo al asunto y le respondí:

-         Todo para mí es muy confuso. Aún estoy triste por la muerte de Jesús, esa muerte horrible en la cruz que tantas veces he visto por los caminos. De sólo pensar que Jesús pasó por lo mismo me llena el corazón de tristeza y el cuerpo de miedo. Aún no me acostumbro a su ausencia y con su partida mi vida ha quedado vacía.

Pedro me miró con complacencia y me dijo: “ ¿Y… de lo otro?”.

Sabía que no iba a bastar con esa respuesta, así que me armé de valor y decidí responder directamente:

-         No sé qué es lo que les pasa a ustedes. No entiendo porqué se esfuerzan en confundirnos con historias extrañas. ¿Quien puede creer que Jesús haya vuelto de los muertos?

-         Sólo alguien que lo haya visto – contestó Pedro, con un guiño de ojo dirigido hacia Juan.

El silencio volvió más incómodo que antes. Sentía las miradas sobre mí y las risas silenciosas de todos junto al fuego. Esperaban mi respuesta y yo no sabía que decir. Me hubiese encantando afirmar como ellos que Jesús estaba vivo, nada más podría desear en mi corazón, pero eso era imposible. Más aún, era una locura total. Lo extraño es que no parecían locos, ni poseídos, ni mentirosos.

-         Bueno, yo no lo he visto, así que no sé porqué me preguntas- contesté un tanto molesto.
-         ¿Y no te gustaría verlo, Yosef? ¿Irías con nosotros a su encuentro?.

La novedad de la invitación cayó como un rayo sobre mí. Ya no era posible escapar de una respuesta directa. Si decía que sí, aceptaba que Jesús estaba vivo, y si decía que no me cerraría a la posiblidad de volverlo a ver, por muy loco que sonara todo. Lo único seguro es que ese grupo estaba convencido de que Jesús estaba vivo y lo verían dentro de poco. Pensé un momento largo, interminable, y por fin respondí:

- Sí, Pedro, quiero ir con ustedes y ver con mis propios ojos a Jesús. Creo que la única forma de resolver este problema que me ahoga el corazón es ir con ustedes y comprobarlo todo por mí mismo. Quiero ser sincero, no digo que les creo, sólo que quiero ir con ustedes para entender todo esto que está pasando.

- bien - dijo Pedro - entonces está todo decidido, mañana partimos a Cafarnaúm. Viajaremos lijero, no te preocupes mucho del equipaje, allá tenemos donde quedarnos. De las provisiones del viaje, nos encargamos nosotros.

Y así, sencillamente, como si se tratara de una salida al mercado, decidí irme con el grupo para encontrarmos con Jesús, o para descubrir que todo se trataba de un engaño. El futuro de mi vida pendía de un hilo y todo había ocurrido con la naturalidad de una comida, un fuego cálido, un vino generoso, la compañía de amigos y la comida, pero sobre todo, el recuerdo de Jesús y la posibilidad de encontrarlo nuevamente.

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