Han llegado algunas
nuevas desde la capital, extrañas e inquietantes. Llegó Susana, que había
viajado con María, Jacobo, los discípulos de Jesús y todo el grupo que fue con
él para la Pascua. Me
vino a ver apenas llegó y yo salí a recibirla con mucha alegría. Me dijo que la
había enviado Pedro y los demás para comunicarnos, a mí y a todos los
nazarenos, que Jesús..., es difícil escribirlo...., que Jesús estaba vivo.
¿Vivo?... ¡Vivo!. Aquello no podía ser. Yo sabía que había sido crucificado y
nadie sobrevive a eso. Pero ella aseguraba que estaba vivo y que vendría a
Galilea.
Sentí una alegría extraña, quería
creerle. Jesús era un tipo inteligente y bastante fuerte, pero no lograba
entender cómo había logrado sobrevivir a la crucifixión, si es que había sido
crucificado. Ya no sabía que pensar, los datos eran contradictorios. O había
sido crucificado, y por lo tanto estaba muerto, o se había escapado de la
crucifixión de alguna manera y estaba vivo. Los romanos acostumbran dejar los
cuerpos colgados varios días como escarmiento, además de asegurarse de este
modo que los condenados no estaban desmayados, sino muertos de verdad. Susana
me dejó en el taller y corrió a otra casa a contar su noticia.
Me quedé pensando todo el día en lo
que había dicho. Ya tarde, fui a su casa a conversar con ella.
Entré y le dije:
-“vamos, Susana,
cuéntame todo otra vez y en orden, porque no entiendo nada”.
-
Mira, Josef- me dijo- el asunto es simple. Jesús fue
crucificado el viernes, lo sepultamos ese mismo día, rápidamente, porque se
venía el sábado, y guardamos los perfumes para después del sábado, y así
terminar los ritos de sepultación y hacer el duelo como corresponde.
-
Bien –le dije- de modo que sí está muerto.
-
No –me dijo ella- estaba muerto, ahora vive.
-
No te entiendo, los muertos están muertos.
Me miró
con una cara de compasión y rabia, todo mezclado. Nunca me había fijado en esos
ojos claros que me miraban brillantes por la emoción y me pareció hermosa. Si
no hubiese sido por sus palabras, me habría distraído totalmente.
-
Si me sigues interrumpiendo no podré expliarte nada,
cállate y escucha.
Ante tanta autoridad, no me quedó otra
cosa que escuchar el extraño relato completo. Me dijo que cuando amanecía el
primer día, terminado el descanzo del sábado, habían ido al sepulcro junto a
María, la de Magdala, Ana y otras mujeres. Los hombres estaban encerrados y
muertos de miedo en la casa de Juan Marcos en Jerusalén. Cuando llegaron al
sepulcro vieron la piedra rodada y la tumba abierta y pensaron que habían
profanado la tumba. Miraron adentro y vieron a un joven sentado donde habían
puesto a Jesús y el les dijo: “No se asusten, yo sé que buscan a Jesús de
Nazareth, el crucificado. Pues vean donde lo dejaron, no está aquí, resucitó,
como lo había dicho. Vayan a decirle a los discípulos y a Pedro que va hacia
Galilea y que allí lo verán”.
Según Susana, salieron corriendo muertas
de miedo y corriendo llegaron a la casa donde estaban los demás. No dijeron nada, pero
Pedro se dio cuenta que algo pasaba. Les exigió que contaran lo que pasaba y
ellas dijeron todo detalle por detalle. Los discípulos las miraron con asombro
y no entendían de qué hablaban. ¿Qué podía significar todo eso?.
-
Ya no hay respeto ni por los muertos –
dije yo- de modo que robaron el cuerpo y tuvieron el descaro de esperar para
contarles a ustedes lo que habían hecho. ¿Quién puede ser tan malvado?.
Nadie –dijo ella- nadie lo ha robado. La
sábana en que lo envolvimos estaba ahí, la vió Pedro y Juan cuando fueron a ver
lo que había pasado.
Bueno, según Susana, habían vuelto Pedro
y Juan diciendo que todo estaba como las mujeres habían dicho y que la sábana
estaba ahí, pero vacía. Pedro estaba dando intrucciones para comenzar la
búsqueda del cuerpo cuando escuchó que le decían: “no se busca a los vivos
entre los muertos”. Al mirar todos al que había hablado, se dieron cuenta que
era Juan. Todos lo quedaron mirando sin comprender qué quería decir. Entonces
Juan les dijo que era claro que Jesús estaba vivo, como lo había dicho, y que
había que emprender la marcha a Galilea, para enontrarse con él.
-
Pero Juan –le dijo Pedro- no podemos
permitir que el cuerpo del Maestro esté por ahí, tirado, mientras nosotros nos
refugiamos en la Galilea.
-
Pedro, Pedro ¿Aún no entiendes?. Si no
quieres creerlo, allá tú. Creo que la única manera de estar seguros es ir a
Galilea y ver que pasa. Además, ¿Dónde buscarías el cuerpo? ¿Se lo vas a ir a
pedir a Pilato o a Caifás? No sabemos quien lo robó, aunque yo creo que a Jesús
nadie le ha robado nada, ni la vida, él ha resucitado.
Juan estaba convencido, los demás no.
Igual resolvieron volver a Galilea, un poco por seguridad y otro por
curiosidad, lamentando la mayoría haber perdido el cuerpo de Jesús.
-
Yo sé que está vivo, y tengo un secreto
que te lo contaré mañana, aunque tú tampoco me creerás .-dijo Susana- con lo
que te he contado ya tienes suficiente por ahora. Y con eso me despidió.
Susana tiene una extraña manera de
dejarlo a uno con curiosidad. Me parece una crueldad de su parte, sobre todo si
hablamos de un amigo querido cuya tumba fue abierta y que no sabemos donde está
su cuerpo. Ya es tarde, mañana veremos qué es lo que Susana tiene que decir, a
ver si me aclara algo de este misterio. Todo esto es muy extraño.
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