Acabo de despertarme, en medio de la noche. He tenido un sueño muy extraño, que me ha hecho despertar agotado y sudoroso. Me he puesto a escribirlo para que no se me olvide, tal vez tenga algún significado misterioso.
El sueño fue el siguiente:
Estaba yo trabajando en una vasija de barro, concentrado absolutamente. En eso, me acordaba de lo hablado con Susana y trataba de ordenar en mi mente todos los rumores que hasta ahora había escuchado de Jesús y de su muerte. Cada vez que llegaba al momento donde Susana me advertía de un secreto que no podría creer, me daba mucha rabia y hacía pedazos la vasija, llorando de impotencia. Mi cabeza no podía razonar y se negaba a aceptar la idea de su vida, después de haber sido crucificado. Todo me daba vueltas y el secreto de Susana me volvía loco. Quería saber de qué se trataba y, a la vez, me daba un miedo terrible averiguarlo.
Había desarmado una vez más la vasija
cuando una voz desde la puerta me advirtió en tono de broma:
-
Si sigues así nunca terminarás de moldear esa vasija.
Miré y vi un hombre alto, grueso, de
unos treinta años, que me miraba con ojos divertidos. Pensé que era un cliente,
así que me sequé las lágrimas y me dirigí hacia él, rojo de vergüenza.
-
Shalom, ¿Qué deseas, hermano?- Le pregunté.
-
Shalom. No mucho, mirar como trabajas y conversar un
poco, he viajado mucho y quiero hablar un rato con alguien, en calma.
-
Puedes mirar, y conversar si quieres –le dije- pero no
puedo ofrecerte calma, porque no la tengo. Estoy trabajando mientras pienso en
un misterio que no puedo resolver.
-
¡Me encantan los misterios! –dijo él- de niño me
gustaba buscar entre los cerros, soñando que encontraba algún tesoro o un
animal extraño.
No sé si
fue su voz, su mirada o esta confesión tan íntima, lo que me llevó a confiar en
él. De niño yo también había jugado con Jesús en largas excursiones, soñando
que éramos aventureros en busca de un tesoro escondido. El recuerdo hizo más
triste mi angustia y bajó las posibles defensas que aún me quedaban. Así que
decidí contarle todo:
“Se trata
de un gran amigo, Jesús era su nombre, aunque puede que lo conozcas como el
“profeta Nazareno”. Hace poco fue crucificado por los romanos y eso me ha
causado un gran dolor. Llegan hasta acá rumores extraños, de milagros y otras
cosas, e incluso, de que habría sobevivido a la crucifixión o que habría vuelto
a la vida de una forma misteriosa. “
Luego pasé
a contarle la conversación con Susana y lo de su secreto. El seguía mis
explicaciones con mucho interés y me hacía preguntas de vez en cuando. Cuando
terminé mi discurso, se quedó pensativo y luego de un rato, me dijo:
- Es muy
interesante, aunque no tan misterioso. ¿Qué me dijiste que estabas haciendo con
ese barro?.
El
comentario me dejó desconcertado. Había escuchado todo el relato de mi
angustia, y en vez de darme su opinión, parecía no haberle dado ninguna
importancia, perocupándose del trabajo que yo hacía sólo por distracción.
-
Estoy haciendo una vasija-le contesté- primero hice
una ordinaria, pero luego decidí deshacerla para hacer una más elaborada, con
decorados y figuras.
-
Y siempre con el mismo barro, ¿No? –comentó.
-
¡Claro que es el mismo barro!, pero ¿Qué importancia
tiene eso?.
-
Es importante –me dijo- El barro es el mismo, sólo la
forma ha cambiado. Si alguien viera la vasija terminada, nunca pensaría que
primero fue una ordinaria, pero ambas son siempre el mismo barro. Para llegar a
la elaborada, tuviste que destruir la primera, pero, en el fondo son la misma,
el barro es el mismo, sólo la forma ha cambiado, ahora es más perfecta,
grandiosa y verdadera.
-
Sí, es cierto, el mismo barro, pero transformado de
vasija ordinaria en una obra de arte –reflexioné.
-
Piensa en eso, y resolverás el problema de tu amigo.
El ha cambiado, y al igual que tu vasija, creo que no lo reconocerías ni aunque
lo tuvieras en frente de los ojos.
Y
entonces, desperté.
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