La cuenta del omer prosigue y las
novedades también. Hoy llegaron los amigos de Jesús, a los que él llamaba “los
Doce”, claro que sólo llegaron once, porque Judas, el de kariot, no venía con ellos,
ya me enterarè porqué. A propósito de los Doce, recuerdo que en una de sus
visitas pasajeras a Nazareth, me contó de qué se trataba.
Llegó de improviso, como siempre, y
nos sentamos a conversar junto al horno, para calentarnos y descanzar, yo del trabajo
y él del camino. Me relató entusiasmado el éxito de sus correrías, sus
predicaciones y de la respuesta de la gente.
“La Galilea está despertando,
Yosef –me dijo- ha ido comprendiendo mi mensaje y la oportunidad de acoger el
reinado de Dios que se acerca, la noticia alegre de su llegada, del fin del mal
y de la injusticia y del comienzo de un mundo nuevo. Muchos nos siguen y
escuchan lo que decimos. Dentro de poco todo el pueblo habrá acogido este
mensaje y las palabras del Bautista se harán realidad. El hacha ya está en la
raíz, Yosef, y pronto mi Padre cortará el árbol malo y de sus raices brotará un
pueblo nuevo, renovado, fiel y verdadero”.
Hablaba
con el entusiasmo de un iluminado. En sus labios parecía que todo estaba al
alcance de la mano, que sólo era necesario acoger su palabra para que ese mundo
nuevo del que hablaba comenzara ya. Me recordaba al Bautista, con la sola
diferencia que él hablaba de prepararse, de limpiar el camino, en cambio Jesús
hablaba como si ese reino misterioso ya estuviera presente, ya hubiera
comenzado, aunque yo no viera donde.
Mientras
él me decía todo esto, yo repasaba por mi cabeza todos los rumores que habían
llegado hasta la aldea, historias de curaciones, de agua convertida en vino, de
una extraña comida en el desierto y otras cosas más extrañas aún. Al verlo, no
parecía ser el hombre de las historias que yo escuchaba, sino sólo un hombre
bueno, mi amigo, aunque bastante ingenuo.
Digo
ingenuo, porque parecía no darse cuenta de lo que estaba provocando, y no hablo
de ese reino que él decía, sino de la oposición creciente que su acción y la de
sus amigos generaba en las autoridades. Se sabía que un grupo de escribas
venidos de la capital le seguían la pista, buscando algo para denunciarlo como
opuesto a la Torá
o como sedicioso, no sé muy bien cuál de los dos motivos o los dos juntos.
Esto
provocaba no poca preocupación en su familia y en todos nosotros. Nazareth no
tenía muy buena fama y después de la revuelta de Judas el Galileo, el norte del
país quedó marcado como cuna de revoltosos, aunque las cosas se habían calmado
bastante después de esa revuelta. Le hablé de mis preocupaciones a Jesús, del
peligro que corría, de cómo había terminado Juan, de lo que se decía de él, que
aunque fuera un poco exagerado era igualmente peligroso.
El me
respondió: “amigo mío, no puedes hacer pan si primero no cortas las espigas y
las trituras en la piedra. Si queremos que Israel sea libre, libre de verdad,
tal como el Señor lo prometió, debemos pagar el costo de los conflictos y persecuciones.
Hay que volver a tomar el código de la Alianza, ser fiel a las palabras del Sinaí, para
no volver esta tierra otro Egipto, sino una tierra prometida, tierra de
justicia y de paz, donde la leche y la miel brote para todos. Además, ya lo
tengo solucionado”.
-¡Solucionado!
–le dije- ¿Crees que el problema es simple?. Estás parado sobre un nido de
serpientes y más encima estás saltando encima para que salgan más rápido.
-Ni las
serpientes nos pueden hacer daño- Yosef- Dios ha decidido que es hora de
empezar y esto no lo para nadie.
No entendí
mucho su lógica, pero era verdaderamente convincente. Me sonrío con cara de
complacencia y me dijo:
“Déjame
que te explique. Nuestro pueblo fue fundado sobre doce tribus, como doce fueron
los patriarcas. Por eso creo que un pueblo nuevo necesita patriarcas nuevos,
nuevos pastores que cuiden del rebaño de Dios y no se aprovechen de las ovejas
como si fueran suyas. Por eso he organizado un grupo que voy a preparar para
que guíe al pueblo y lo forme según el querer de Dios. Son Doce, como las
tribus, para recordar el ideal del desierto, cuando éramos un pueblo libre y
esperanzado. Yo no puedo solo, y ellos ayudarán, será como si yo me
multiplicara por doce, y luego por miles”.
Me quedé
boquiabierto. Si sus doce amigos eran los nuevos doce patriarcas, ¿Quién era
él?, ¿Dios?, ¿David?, ¿Moisés?, ¿El Mesías?. No me atreví a preguntarle,
temiendo que la respuesta me hiciera caer en la cuenta que mi amigo se había
vuelto completamente loco, y peor aún, había arrastrado a sus amigos y a muchos
más tras su locura.
Eran estos doce, que ahora eran Once,
los que llegaron de mañana a Nazareth, alegres y entusiastas, como si nada
hubiese pasado, o más raro aún, como si hubiese pasado algo maravilloso.
Juntaron a la gente en la fuente y les decían lo mismo que me dijo Susana: Que
Jesús estaba vivo, que Dios lo había levantado de la tumba y que ahora empezaba
el reino por venir. La gente los miraba con cara curiosa, pensando que se
habían vuelto todos locos, o por lo menos, bastante borrachos. Muy pocos
escucharon, muy pocos les creyeron y si yo hubiese estado ahí, tampoco habría
creído.
En verdad no fui, estaba ocupado y
tenía suficiente con lo de Susana, que me pasó a buscar para que fuéramos a
recibirlos. Yo me negué y me decidí a preguntarle por el secreto que me iba a
contar. Me dijo, después de pensar un poco:
-“bueno, ahora que ya
han llegado Pedro y los demás, te lo voy a decir: Nosotros lo hemos visto, ha
hablado con nosotros”.
-
¿Quién? – pregunté.
-
¿Quién va a ser?, hemos visto a Jesús luego que volvió
de entre los muertos, lo hemos tocado y comido con él.
-
Preferiría no haber preguntado. Algo grande debió
haber pasado en Jerusalén para que todos estuviesen contagiándose de la misma
locura. Además, ¿Qué importaba que estuviera Pedro y los otros? Podría
perfectamente habérmelo dicho sin ellos.
-
“Yo sé que no me crees – continuó Susana- y te
entiendo, si yo no lo hubiese visto y escuchado, tampoco lo creería, pero fue
así, todos lo vimos varias veces y nos dijo que volvieramos a Galilea, que aquí
nos encontraríamos”.
-
¡Jesús viene en camino! – exclamé lleno de alegría y
sorpresa, pero luego me acordé que no era posible, el ya estaba muerto – No
puedo creerlo, él murió y de la muerte
no vuelve nadie. Incluso si fuese así, debería quedarse en casa y dejarse de
tonterías, para que no lo vuelvan a matar.
-
¡Tú no entiendes nada! – me gritó Susana- y se fue
corriendo a ver a los Once, dejándome más confundido que antes, pero con una
secreta alegría que, por increíble que fuera, empezaba a nacer en mi corazón:
¿Y si fuese cierto?.